YA ESTOY DE VUELTA. DISCULPEN EL RETRASO

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¡Uf! ¡Casi no llego! Han sido 10 minutos un poco largos.
Si es que te pones a hablar y… se te pasa el tiempo sin darte cuenta.
Pues nada que me he ido de vacaciones y que le he cogido el gustillo.
¡Fíjate! Tanto pensar en cuál debía ser mi último post antes de las vacaciones y mira por donde, me entero de que el pescador de la fábula existe. A veces hay casualidades que son mucha casualidad. Demasiada. ¿Serendipia? (Que diría El Gran Wyoming).
Pues sí. El pescador de la fábula existe ¡Que me lo encontré estando de vacaciones por Lanzarote!
Fue una tarde, buscando una terraza donde tomarnos una cerveza, en una urbanización de estas que se han desarrollado de la noche a la mañana. Estaba junto al barquito que veis en la foto. Cabizbajo. Me acerqué a él y le pregunté qué hacía.
El hombre me respondió como si me conociese de toda la vida (me dio la impresión de que se había leído mi post previo a irme de vacaciones, pero la verdad es que no tenía pinta de tener Internet en casa).
Me contó que aquel banquero que le había hecho la tentadora propuesta no tiró la toalla. Siguió buscando hasta que encontró un inversor de los de “mucha pasta” o mejor dicho “de los de muchos amigos”.
“El que la sigue la consigue”. “Nunca he tenido un golpe de suerte de esta magnitud” le habían contado a nuestro pescador que había dicho el banquero.
La cuestión es que el susodicho inversor había ido a la sucursal de “nuestro” banquero a pedir un préstamo bastante importante. Ya hacía un par de años que había conseguido que el Ayuntamiento recalificase toda esa zona de costa como “residencial”, e inmediatamente le habían aprobado la construcción de una macrourbanización.
Me contaba el pescador que le habían dicho que el banquero estaba muy contento porque aquella operación era el paso definitivo para conseguir un buen puesto en las oficinas centrales y dejar esa sucursal de un pueblo olvidado de la mano de dios. Sí, es cierto que aquella zona iba a crecer y transformarse y la sucursal de ese pueblo iba a coger mucha relevancia, pero lo que en el fondo quería el banquero era un puesto en las oficinas centrales, que es donde hay que estar si se quiere medrar en las organizaciones.
Asímismo le habían contado a nuestro pescador que el banquero también había hablado de la cantidad de puestos de trabajo que se iban a generar con este proyecto, como queriendo convencer de que esa operación era buena para el pueblo.
“¿Puestos de trabajo? ¿De qué tipo? ¿Limpiadoras, camareros recepcionistas?” Le contaron que le habían contestado al banquero.
Con profunda tristeza me seguía contando cómo el inversor había comenzado a comprar los terrenos uno a uno a los numerosos propietarios de la zona. Cómo los ignorantes pescadores estaban felices con las “generosas” cantidades de dinero que les pagaban por sus propiedades. Nadie era consciente de que el pueblo fuese a ser “engullido” por las moles de cemento. Nadie pensaba en la cultura local que tras muchas generaciones iba a desaparecer por la invasión de turistas ávidos de sol, playa y… comida “basura”. Eso sí: todos se habían garantizado que sus hijos tendrían un puesto de trabajo en el futuro complejo residencial.
¡Ignorantes!, decía mirando hacia el suelo afligido. “Trabajo para cuatro meses al año y el resto a vivir del paro”.
Hoy en día el pescador sigue empeñado en reivindicar otra forma de desarrollo, otra forma de vida.
Su barca no puede acceder al mar, el puerto deportivo lleno de yates lo impide.
Todos los días se acerca a su barca, la limpia y habla con los turistas.
Sus hijos se han ido a la península. “Esto no es vida”, “aquí no hay futuro”. Aseguraba.
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