Os decía el otro día que fue en los años 80, concretamente en el 83 cuando Luis Racionero editó un libro titulado DEL PARO AL OCIO. En aquella época fue un libro muy leído y valorado, lógicamente en círculos intelectuales, no políticos. Pero ojo, no por eso es un libro "sesudo" e inaccesible para el gran público. Qué va. Con deciros que hasta yo lo leí y lo entendí.
Recientemente con motivo de volver a escribir sobre la Crisis, lo he repasado: Los años no han pasado por él. Es un libro que aporta interesantísimas reflexiones sobre nuestro sistema económico y sobre cómo interactuamos con él como trabajadores y como personas.
Es de destacar también que un jurado reconoció las aportaciones de este ensayo otorgándole el "XI Premio Anagrama de Ensayo". Alguno de vosotros seguro que lo conoce o lo ha leído.
Nos habla Luis Racionero de cosas que siempre están presentes en el fondo de nuestra existencia, pero que por razones culturales desgraciadamente hemos relegado a un segundo plano en nuestras vidas. Matizo: A nada que hurguemos en la historia, vemos que desde la Antigua Grecia el objetivo fundamental del hombre ha sido el ocio. Dice Racionero: “… que en los diálogos de Platón se habla de una sociedad de ciudadanos ociosos que discutía de todo lo divino y humano, mientras los esclavos trabajaban”. “Los romanos gozaban de 130 días de fiesta al año”. Es decir, que se lo pasaban como niños (entre guerra y guerra, se entiende). Y pienso yo: ¿Los esclavos de Plantón no podrían ser las máquinas de hoy?
Añade a continuación que “…el puritanismo calvinista y cuáquero establecen el trabajo y el negocio como medida terrenal de los méritos ganados para acumular un tesoro en el cielo. La Revolución Industrial eleva la sociedad del trabajo y el negocio a límites inconcebibles en la vieja Roma”. O sea, que son los anglosajones los que nos “contagian” su cultura de la producción y el desarrollo sin límites como referentes para una felicidad, que ya hemos visto que no termina de llegar.
Aquí tenemos entonces una interesante conclusión, y es que nuestro sistema económico es fiel reflejo de una filosofía de vida y no la única manera de cubrir nuestras necesidades básicas, como hemos querido creer (especialmente después del derrumbe del Telón de Acero). Este engaño nos lleva a pensar que no hay otra manera de hacer las cosas y que si no hay más remedio tendremos que seguir igual. Por lo tanto, en esta huída hacia adelante, desde la Revolución Industrial estamos tratando de combatir el paro por medio del aumento de la producción, cuando la realidad nos dice que no hace falta más capacidad productiva.
No obstante, Racionero reconoce la validez de este sistema económico mientras que el problema era producir lo suficiente para cubrir las necesidades fundamentales de la población. Después, insiste, el sistema debería haber evolucionado hacia otro, donde las personas y su desarrollo fuesen los protagonistas.
De la misma manera, Racionero es bastante duro con la cultura mediterránea cuando dice: “Los mediterráneos somos doblemente culpables de la actual crisis europea y del marasmo mundial, porque hemos abandonado la herencia secular del otium cum dignitate (inactividad con dignidad), que dijo Cicerón y la noción aristotélica de que el objeto de la acción es la contemplación, el de la cantidad su transmutación en calidad, traicionando los ideales que debíamos mantener”.
¡Menudo repaso! Y esto lo decía hace 27 años.
Resumiendo, el ocio siempre ha estado presente en nuestras vidas, es más, la mayor parte del tiempo en la historia de la humanidad ha sido uno de los objetivos más claros de nuestra existencia. Sólo a partir de la Revolución Industrial hemos “aparcado” esta necesidad vital en pos de una mayor “cantidad” de vida. Ahora, ya cubierta esta necesidad hace unas cuantas décadas, estamos en condiciones de volver a disfrutar con nuestros amigos y con nuestra familia del ocio y de la vida, porque eso es lo que siempre hemos querido.
Afrontar por lo tanto de una vez por todas el exceso de producción con reducciones continuas de la jornada laboral no es una quimera, es una necesidad. Desgraciadamente, es más fácil decirlo que hacerlo. Hemos impuesto tal ritmo a nuestra vida laboral y social, nos hemos complicado tanto la existencia con tal de “tener”, que ahora no podemos parar. Hemos perdido las referencias más humanas y más existenciales. Hemos perdido el sentido de la vida.
¿En qué telaraña estamos enredados? ¿Podemos salir de ella? ¿Queremos salir de ella?
(Continuará)
Os dejo con uno de esos videos, que nos hacen reflexionar... un poco.